
En Guatemala, al igual que en otros países latinoamericanos, la inexistencia de candidatos idóneos para los cargos más importantes de elección es la consecuencia lógica de graves deficiencias estructurales de los sistemas legales, electorales, políticos y mediáticos. Con uno solo de estos actores que no juegue su papel responsablemente la calidad de la oferta electoral queda a merced de gente inescrupulosa, de manifiesta incompetencia, de dudosa reputación y hasta con antecedentes criminales. Precisamente el tipo de gente que garantiza la continuidad del status quo.
La ausencia de candidatos idóneos es un problema estructural profundo que no puede resolverse de un día para otro, y que requiere un cambio de mentalidad en masa. De las dificultades de este reto ya hablaremos después de las elecciones. Mientras tanto, el problema inmediato es tener que elegir ahorita mismo entre el sida y el cáncer. Porque desgraciadamente no tenemos una tercera opción, la elección debe ser en efecto, por el menos peor de los dos.
De Otto Pérez Molina basta decir que las acusaciones bien fundamentadas de crímenes violentos en su contra no son precisamente consistentes con el CV de un estadista. El caso sin resolver de los 82 millones es un indicio que además de tener sangre en las manos, Otto Pérez Molina es corrupto.
De Baldizón se tienen indicios muy fuertes y documentados de que ha participado en actos de corrupción. Son famosas sus compras de diputados. Dicen también sus enemigos que tiene nexos con el narcotráfico.
Si resultara ser cierto todo lo que se dice de los dos aspirantes a la presidencia, tendríamos que la elección sería entre las nada alentadoras opciones de un asesino corrupto o un narcotraficante corrupto. Aquí es donde las fallas estructurales de los sistemas legales, electorales, políticos y mediáticos nos pasan la factura: cualquiera de las dos opciones garantiza no solamente la continuidad del status quo, sino de la polarización que cada vez más destruye al país. Una democracia genuina no tendría que pasar semejantes vergüenzas.
Si se da por sentado que los dos candidatos a la presidencia están moralmente descalificados, la estrategia lógica del ciudadano responsable que de verdad quiere hacer buen uso de su voto debe ser analizar la idoneidad de las candidatas a vicepresidenta. Así que la elección no sólamente sería entre el sida y el cáncer, sino entre la diabetes y la tuberculosis. Ligeramente mejores opciones desde un punto de vista moral, pero no muy esperanzadoras.
De Roxana Baldetti se sabe que fue funcionaria, nada menos que censora de prensa, durante los días ilegítimos de Serrano Elías. Un pecado grave que en cualquier otra jurisdicción descalificaría a un candidato pero que por alguna razón ni se menciona en los medios guatemaltecos. Se acusa a Baldetti también de enriquecimiento ilícito, un delito que no se persigue en Guatemala, pero que es perfectamente válido utilizar para cuestionar la sinceridad de una candidata que alega tener la solvencia moral para luchar contra la corrupción. Otra acusación no menos grave es el señalamiento de incitar a miembros de su partido a la violencia, incluyendo hacer uso de la expresión "camioneta vista camioneta quemada" como una estrategia válida de defensa del voto.
De Raquel Blandón es de la que menos se sabe. Como dirigente de la extinta Democracia Cristiana y primera dama de la nación en tiempos de Vinicio Cerezo su perfil fue relativamente bajo. Aún cuando se sabe que el gobierno de la Democracia Cristiana también fue corrupto,a Raquel Blandón no se le asocia con ningún escándalo en particular, por lo menos por el momento. El votante indeciso podrá tener la certeza que será nada más cuestión de tiempo para que más de alguna mácula -real o aparente- aparezca por ahí.
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