
A más de alguien le parecerá que el asunto en cuestión es trivial. Sin embargo, semejante barbaridad histórica no puede ni debe permitirse, ya que el ilegítimo expresidente en cuestión es uno de los responsable directos de la destrucción de nuestra democracia en 1954, el largo período de tinieblas que le siguió y sus consecuencias (que aún no terminan).
La posición deshonesta de Prensa Libre debe combatirse implacablemente no solo por su versión de los hechos del 54 (misma que no puede ser idónea desde el mismo momento en que se prestaron al juego de los traidores), sino porque ilustra claramente la manera en que el status quo -que Prensa Libre representa- ha distorsionado de manera continuada la historia del país. Las versiones oficiales de la colonia, la independencia, la reforma liberal, la revolución del 44, la intervención gringa y el conflicto armado no son sino mitos que han sido plenamente desvirtuados con todo el rigor académico posible por historiadores de la talla de Severo Martínez Peláez, Stephen Kinzer, Stephen Schlesinger, Piero Gleijeses, Nick Cullather y muchos otros. La historia del conflicto armado también ha sido plenamente esclarecida por los documentos Memoria del Silencio y el Informe REHMI (tristemente, la mayoría de los que cínicamente se niegan a aceptar la validez de los documentos en cuestión nunca los han leído).
En el caso de la intervención gringa, Prensa Libre insiste en perpetuar las premisa fundamental sobre la que se justificó la intervención: La influencia que tuvo la ex URSS en Guatemala, y que el ultraje de que fué víctima el pueblo guatemalteco fué culpa de Arbenz y Cía. Por si la realidad de hoy en día no fuera suficiente, la evidencia documental y testimonios disponibles prueban hasta la saciedad que la premisa sobre la que se justificó la atrocidad del 54 fué criminalmente falsa. Habiéndose expuesto los pies de barro del ídolo, es el deber de toda persona responsable llamar a la intervención del 54 lo que verdaderamente fué: una canallada de los Estados Unidos motivada por intereses corporativos de una empresa gringa hechos posibles con la traición de Castillo Armas y el Ejército de Guatemala y la complicidad de las élites (que incluye a Prensa Libre). Es igualmente importante señalar que este hecho ha quedadado en la impunidad y que es en sí mismo el orígen de la cultura de impunidad que aún sufrimos.
Ha de ser difícil para Prensa Libre enfrentar su propio pasado, mismo que trata de encubrir con una posición de falsa neutralidad (que más suena a panegírico de Castillo Armas) y que únicamente la expone como cómplice. Con el conocimiento de la historia que los periodistas profesionales deberían tener, llamar “magnicidio” al asesinato de Castillo Armas (probablemente por sus propios amos) es imperdonable, como imperdonable sería llamar “magnicidio” al ajusticiamiento de Mussolini.
La evidencia histórica ha dejado muy claro que la intervención gringa del 54 nunca pudo, puede ni podrá jamás ser justificada, y que Castillo Armas no fué sino un vulgar traidor y asesino cuya muerte es importante nada más recordarla para tener presente que mal paga el diablo a quien le sirve. ¡Ah!, y también fué corrupto; eso el mural de Diego Rivera no lo olvidará nunca (y los gringos todavía tienen los cheques que lo prueban).
(Mural Gloriosa Victoria de Diego Rivera)